Así es la vida.

Así es la vida.
Nos lo promete todo
nada más nacer.
Extiende sus garras de panacea
sobre la órbita de nuestros ojos
y nos arranca firme y decidida
del cálido vestigio materno.
Inventa costras y heridas
en nuestras rodillas,
nos hace caminar, casi levitarnos,
volar con los pies leves en el suelo,
ser parte de la enramada de nubes
que nos miran atónitas, fugaces y serenas,
como quien mira a una rosa sobrevivir
a su propia y casi extinta belleza.
Nos permite tener hojas en el pelo
y ser árbol y libro al mismo tiempo.

Pasan tantas cosas en la vida.
Pasan los dientes de leche,
el jarabe para la tos,
los cuadernos de ortografía
y hasta un primer beso
a una perfecta desconocida.
Pasan los trenes, los aviones,
algunos se pierden, otros no.
Pasan las pulseras
de una muñeca a la otra,
y de una persona a otra.

Pasa todo desesperado y ágil
a través de los ojos de la vida.
Pero lo que no pasó
fue el tiempo entre nosotros,
mi querido zarzal de lunares,
mi espejo de huesos y carne,
mi sol opaco y redentor.
Tú hiciste del amor
un objeto tíbio y verdadero.
Detuviste el tiempo justo antes
de que la bala de tu boca
impactara certera
sobre la lápida de mi pecho.

Sigo vivo porque el tiempo
no pasó entre nosotros.
Sigo vivo de cuerpo entero
porque el amor es un milagro
que no cabe en un reloj,
que se sale del corazón.

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