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El Reino del Aire.

No entiendo tu idioma, pero me gusta mucho c ó mo mueves los labios al conjugar una sonrisa, el gesto decidido de tu boca al despegar tu verg ü enza, o ese sonido tibio y deshilachado que roza el pico m á s alto de un decibelio o de mi monta ñ a rusa. El espacio todo lo cura, pero a m í me falta tiempo para decorarte de cicatrices y trompas de elefante cada uno de los rincones asilvestrados y feroces del zool ó gico de tus piernas. He visto con mi propia cintura de lo que son capaces tus rodillas, as í que no me digas nunca que no puedes desear, mi querida fugitiva de ciempi é s, porque la materia que te teje, el cemento b ú falo que te construye, la selva de cabellos libertarios que vuela por tu tejado, todo lo que te conforma, y la forma en s í de tu cuerpo, me indican irrevocablemente que eres una zorra sin amante, una sirena con patas, unas alas sin p á jaro, una estrella de mar bic é fala, el coraz ó n d

¿Por qué besamos tanto los obsesivos compulsivos?

Una vez, es coincidencia. Dos veces, casualidad. Tres veces, un trastorno obsesivo compulsivo. Me diagnosticaron TOC cuando necesitaba besar a una chica cien veces cada vez que nos despedíamos. Me explicaron todos que mi comportamiento era erróneo. No supieron entender que necesitaba besarla tantas veces como fuera necesario para que nunca me dijera "adiós". La despedida es el ejercicio de cobardía más profundo del ser humano. Somos la única especie que dice "adiós". Y a veces ni siquiera lo decimos. Soy una persona mecánica. Vivo de automatismos. Lo que para cualquiera puede ser respirar, para mí significa "no morir". Me aterra la idea de que algún día pueda morir. Soy dignamente consciente de que la muerte es irreversible, pero lo que de verdad me duele es esperarla toda mi vida. Por eso repito muchas cosas muchas veces. Porque necesito un estímulo por el que luchar contra la pérdida. Porque todo se reduce a eso: a perd

La estrategia del amor.

Yo he amado. Yo he amado a dos mujeres, las he amado, a la vez. He amado sin prudencia los pasos de cebra. He crecido en la espiga porque me regalaba cicatrices. Yo he amado cosas, sentimientos, personas, semáforos y libros. Muchos libros. He sido una centella que se estampa en otra boca. He sido niño, después joven, más tarde viejo, pero he sido niño siempre. Siempre he creído en mí, y siempre he creído en los demás mucho más que en mí. He querido de todas las formas habidas y por haber. He luchado contra la desigualdad, y he buscado llegar a lo más alto. He sido incoherente, y perspicaz y sincero a mitades, con las verdades. Porque yo he amado, yo he amado mucho, y he encontrado el cielo al naufragar en el océano. He sido diminuto, diminutivo, casi escala 1:43. He sido grande, muy alto, muy feliz, muy yo mismo. Y al final de todas las cosas, he amado a los demás por encima de mí. Porque ésa es la estrategia del amor: querer a alguien tanto

Novia a la fuga.

Si crees que debes irte. Si no ves salida a este callejón. Si no hay marcha atrás. Corre. Huye. Márchate y no vuelvas. No mires atrás. No me mires. Escapa a esta vida y fabrica una nueva. Conoce algo distinto y hazlo tuyo. Aprende otro idioma y mira a los ojos a otra persona. Mira a los ojos para decir "hola', para arrepentirte, para definir la vergüenza. Y una vez que sientas el pasado como quien toca el viento con la cara, una vez que sepas incondicionalmente que te has salido del mapa de pieles que llamabas familia, entonces respira hondo y calma a tu cuerpo. Porque ahora que te has alejado lo suficiente, podrás ver en perspectiva todo lo que has perdido.

Mi última persona.

Si hoy fuera mi último día de vida quiero que sepas que tú serías mi última persona. Y no me duele admitirlo. Ni siquiera necesito perder la poca vergüenza que albergo para corroborarlo mediante la más leve y fugaz sonrisa que se solapa a mi cara. Porque eso somos los seres humanos: breves cuerpos en descomposición desde el día en que nacemos. Tal es nuestro miedo a desaparecer que necesitamos completarnos a través de otros cuerpos. Y creo que esa sensación de lucha ante la pérdida de uno mismo es lo que hace que la vida merezca la pena.

Lo inesperado.

Si he conocido algo más inesperado que la muerte ha sido siempre la propia vida. Porque uno puede llegar a esperar a morir durante toda su vida, hacerla muy lejana, casi olvidada, o traerla a la vuelta de la esquina y convertirla en una esquirla que se clava en el pulmón, o simplemente ser paciente y comprender que, algún día, en una hora indefensa, vendrá la muerte a ti, acaudalada y soberana, y te abrazará conquistadora como nadie lo ha hecho nunca, y como nunca habrías imaginado. En cambio, la vida es imprecisa, se rige por unas reglas inquebrantables e imprevisibles. Puedes organizar toda la historia de tu vida y, de repente y sin previo aviso, un niño en Marruecos te pide una moneda y tú sonríes levemente porque puedes ayudar a alguien, y cambiar, al menos, un futuro. Es más una cuestión de fe: la vida misma se te aparece y no puedes huir de ella. Porque la muerte se puede eludir, pero la vida siempre, siempre, es inesperada.

La gracia de escribir.

¿Por qué escribimos Poesía? ¿Es acaso un juego? ¿Una obsesión? ¿Quizás una necesidad? ¿Hacia dónde la dirigimos? ¿Cómo la construimos? Escribir Poesía es como tener un montón de ladrillos y no formar nunca una pared. Hacemos por crear un hogar para el lector, un encuentro para nosotros mismos. Pero no asumimos el dolor ajeno, no nos convencemos de lo desconocido. Aquél que es nómada, adivina siempre la Poesía donde otro anhela el hogar. La Métrica y nosotros a veces no nos entenderemos, porque Ella medirá los versos en sílabas; y nosotros, en sentimientos. Su engranaje es metódico, pragmático, cuadriculado, real, se hace lícito, legible, pausado. En cambio, nosotros escribimos más exacto, más preciso. Le damos contexto a la Palabra porque, sencillamente, ésta no es más que el dolor mudo de nuestra propia voz. La Poesía es un tipo de arte. Muy doloroso, eso sí. Y esto es así, porque el Arte en sí es un daño colateral. Así que, por favor, os suplico que no escribamos Poesía