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Mostrando entradas de noviembre, 2014

La estrategia del amor.

Yo he amado. Yo he amado a dos mujeres, las he amado, a la vez. He amado sin prudencia los pasos de cebra. He crecido en la espiga porque me regalaba cicatrices. Yo he amado cosas, sentimientos, personas, semáforos y libros. Muchos libros. He sido una centella que se estampa en otra boca. He sido niño, después joven, más tarde viejo, pero he sido niño siempre. Siempre he creído en mí, y siempre he creído en los demás mucho más que en mí. He querido de todas las formas habidas y por haber. He luchado contra la desigualdad, y he buscado llegar a lo más alto. He sido incoherente, y perspicaz y sincero a mitades, con las verdades. Porque yo he amado, yo he amado mucho, y he encontrado el cielo al naufragar en el océano. He sido diminuto, diminutivo, casi escala 1:43. He sido grande, muy alto, muy feliz, muy yo mismo. Y al final de todas las cosas, he amado a los demás por encima de mí. Porque ésa es la estrategia del amor: querer a alguien tanto

Novia a la fuga.

Si crees que debes irte. Si no ves salida a este callejón. Si no hay marcha atrás. Corre. Huye. Márchate y no vuelvas. No mires atrás. No me mires. Escapa a esta vida y fabrica una nueva. Conoce algo distinto y hazlo tuyo. Aprende otro idioma y mira a los ojos a otra persona. Mira a los ojos para decir "hola', para arrepentirte, para definir la vergüenza. Y una vez que sientas el pasado como quien toca el viento con la cara, una vez que sepas incondicionalmente que te has salido del mapa de pieles que llamabas familia, entonces respira hondo y calma a tu cuerpo. Porque ahora que te has alejado lo suficiente, podrás ver en perspectiva todo lo que has perdido.

Mi última persona.

Si hoy fuera mi último día de vida quiero que sepas que tú serías mi última persona. Y no me duele admitirlo. Ni siquiera necesito perder la poca vergüenza que albergo para corroborarlo mediante la más leve y fugaz sonrisa que se solapa a mi cara. Porque eso somos los seres humanos: breves cuerpos en descomposición desde el día en que nacemos. Tal es nuestro miedo a desaparecer que necesitamos completarnos a través de otros cuerpos. Y creo que esa sensación de lucha ante la pérdida de uno mismo es lo que hace que la vida merezca la pena.

Lo inesperado.

Si he conocido algo más inesperado que la muerte ha sido siempre la propia vida. Porque uno puede llegar a esperar a morir durante toda su vida, hacerla muy lejana, casi olvidada, o traerla a la vuelta de la esquina y convertirla en una esquirla que se clava en el pulmón, o simplemente ser paciente y comprender que, algún día, en una hora indefensa, vendrá la muerte a ti, acaudalada y soberana, y te abrazará conquistadora como nadie lo ha hecho nunca, y como nunca habrías imaginado. En cambio, la vida es imprecisa, se rige por unas reglas inquebrantables e imprevisibles. Puedes organizar toda la historia de tu vida y, de repente y sin previo aviso, un niño en Marruecos te pide una moneda y tú sonríes levemente porque puedes ayudar a alguien, y cambiar, al menos, un futuro. Es más una cuestión de fe: la vida misma se te aparece y no puedes huir de ella. Porque la muerte se puede eludir, pero la vida siempre, siempre, es inesperada.