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Mostrando entradas de septiembre, 2013

Las cosas que antes dolieron.

Me di cuenta de que ya no me aburre que te tiraras media hora en el baño maquillándote. Ni que dudaras hasta el último suspiro con qué vestido ponerte, justo cuando yo abría la puerta y pensaba en marcharme, en darnos por vencidos. Ya no me canso de tus interminables quejas a la sociedad, a mi manera de hacer la vida, a la política, que tú seas tan diestra y yo tan rojo. Puedo soportar cómo sonreías en el trabajo, cuando no estabas conmigo (cuando más guapa estabas). Porque ahora sé que tú no eras una cuadricula, sino un desastre preestablecido. Porque aprendo con las cicatrices que una herida sólo sangra cuando estás triste. Y no veo en mí ni una sola marca, ni un sólo rasguño que no se alegre al recordarte. Todos tus defectos eran superficiales y maravillosos. Sólo yo no estuve a la altura de una ruptura extraordinaria. Gracias por todo aquel daño. Por fin puedo lamerme las heridas.

Prisión emocional.

Nuestros esquemas mentales son distintos. Lo que tú llamas amor, para mí es un suicidio. Aunque un suicidio colectivo de amor tampoco estaría tan mal. ¿Un suicido emocional sería como vivir en una celda? Tengo la convicción de que existe una cárcel para todos los que somos víctimas de ti. Está entre los pulmones, tiene una puerta de entrada y un precipicio de salida. Por la calle las ventanas tienen rejas. No entienden de seguridad. Los mejores barrotes son las costillas. De ahí no se escapa el corazón.  Pero, ¿por qué hablo yo de prisiones? Toda esta historia viene de la tela que nos recubre. Te lo vuelvo a recordar: tú no tienes piel y lunares, lo tuyo son cielo y estrellas. Y eso, a noche de hoy, es lo más cerca que estoy de sentirme prisionero.