Ella es sueño.

La gente me pregunta muy a menudo por qué quiero a mi pareja, qué me enamora de Ella.

Ella puede estar completamente rota por dentro y, aún así, ser capaz de rearmarse día tras día. Hace, de la felicidad, su constancia. Sabe que hay tristeza en el Mundo, pero eso no le impide sonreír, porque entiende que la sonrisa es una herramienta para exigirle a las personas un compromiso de solidaridad, un ejercicio de optimismo y fortaleza.

Si una persona te sonríe, tú le devuelves la sonrisa. Eso es un automatismo. Pero con ella, la sonrisa se te instala en la cara durante el resto del día.

Ella sabe que hay miseria en el Mundo.  Sabe en qué clase de planeta vivimos. Sabe que por sí sola no podrá cambiar el Mundo, pero intentará cambiar el Mundo de, al menos, una persona. Y yo tengo el privilegio de ser esa persona, de contemplarla, de admirarla, e incluso de acariciarla. El abrazo en ella se sobredimensiona, se hace verbo y lagarto, nutre de vida incluso el páramo denso y asilvestrado de mi cuerpo. El abrazo en ella es trinchera.

La veo, rutilante y con vigor, ser la primera en golpear con sus nudillos de orfebre, su puño de siderurgia, al muro contrapicado de la vida. Desgarvada y exultante, se viste de flor y plastilina y se encomienda a la primavera en medio de noviembre.

Amo detenidamente su valiente sinceridad para demostrar ingenuidad ante cualquier daño. Me enseña tanto cada día... Incluso cuando se rompe, tinta de pluma quebrada de un pájaro que nunca tocó el suelo, se la ve poderosa, porque ella siempre vivió en el vuelo. Ella cincela su piel con el haz de luz de la medianoche. Y es justo cuando se va a dormir, lechuza viva abanicando su sombra, el momento en el que los sueños se hacen realidad.

Porque Ella sueña y duerme, y yo vivo y la sueño.

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