Una cara, Dos flechas.

Viene hacia mí
con una sonrisa desbocada.
Se la ve arramblar con la piel
como una tortuga azulada
que tiene urgencia por vivir.

Yo sólo la miro mirarme,
porque creo que el cielo
es una libélula mal parida,
y esa mujer indivisible,
cuerpo de zorra, cara de ángel,
se ha tragado una estrella de mar
con sólo una mirada.

¿Por qué si no
iba yo a ahogarme
cada vez que la veo?
¿Por qué las dos flechas
que componen su cara
apuntan a mi boca,
apuntan a mi nuca,
apuntan a la arista de mi codo,
a cualquier punto equidistante
de mi cuerpo con el suyo?

Yo sólo sé
que la boca entera
me sabe a manzana,
a agua del grifo
y a billete de diez euros
recién sacados
de la lavadora.

Y que ahora compro un arco
para devolver las flechas.

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