Gracias por desistir.

Vengo a negociar mi rendición. Quererte es incondicional. Los bombones son porque te quiero, y no porque necesite disculparme. Sé que el tiempo no perdona, pero tú ya me has olvidado. No te preocupes: eso no es prioritario. Te explicaré por qué no hemos acabado aquí.

Yo siempre he creído en ti. Creer en ti es una cuestión de estado. De ánimo. La duda consiste en no darse cuenta de que uno es capaz de todo. Y tú y yo, los dos juntos, éramos invencibles. Hasta que supiste cómo derrotarnos.

No supiste valorarme en mi justa desmedida, y yo estaba en la flor de tu vida. Sabía quererte mejor de lo que merecías, y tratarte con la delicadeza exacta en el momento equivocado. Tú, en cambio, arrojabas un océano transfuga de calamidades y dudas sobre nosotros. No querías hacerme daño, pero así sólo me estabas quitando la vida. Y eso no era suficiente, porque el roce del viento trascendía lo físico. 

El roce hacía la herida. necesitábamos tocarnos para que doliera. Pero te advierto una cosa: sóplale al oído a un árbol, y verás cómo éste se estremece. ¿Por qué hablo del aire y los árboles? Pues sencillamente porque tu boca era una caverna de oxígeno donde dilatar el encuentro. Y mi piel, la corteza permanente de un árbol que sufre con el tiempo pero que nunca se queja porque no tiene voz. Ni voto.

Te voy a revelar una horrible verdad: a mí me dolía quererte. Tú dirás que no. Yo te diré que sí. Y esto se convertirá en la clásica disputa entre el bien y el mal. Quizás no soportes mi felicidad, pero a mí me costaba digerir tu frívola sonrisa cuando me decías que me echabas de menos y, sin embargo, huías para ser feliz. Yo me alegraba de que huyeras. Me hacía sonreír. Creía con firmeza que así tú alcanzarías la felicidad. Pero ahora míranos aquí a los dos, con una caja de bombones y una disculpa que no te debo y que tú no me quieres dar. Desde tu huida, tuve tiempo de escribir un libro sobre cómo sobrevivir al amor. Todas las páginas están en blanco, y yo me he quedado sin tinta.

¿Dónde se compra masa de escayola para fracturas del corazón? ¿Dónde se compran tiritas para una herida que aún no te has hecho? Esta conversación me va a herir en toda la profundidad de mi músculo cardíaco.

Algo fallaba cuando nos hacíamos una foto y me decías: "disimula, que parezca que somos felices." ¿A quién querías engañar: a la cámara, a ti o a nosotros? Lo complicado es acertar en qué buscábamos. Por una vez ambos buscábamos lo mismo. Tú querías comerte el Mundo. Yo quería comerte a ti. Y, para que tú fueras feliz, yo tenía que perder. Me parecía justo. 

"¿Qué he hecho yo para no merecer esto?"; para no merecer el amor, me preguntaba una y otra vez. Quizás no soportabas mi absurda necesidad de hacerte feliz incluso cuando no nos veíamos. Yo sólo te pedía que estiraras el brazo y alzaras el dedo índice, que tocaras el cielo. Porque érais la misma cosa. Y terminamos cavando nuestro propio cielo. El problema era que yo no te bailaba el agua: yo te decoraba la lágrima. Y tú siempre te caracterizaste por odiar los diseños de interiores.

La indiferencia entre un beso y yo eras tú. Ahora en frente tuyo, estoy recordando cómo era besarnos. Recuerdo que sentía un paréntesis en mi vida con cada nuevo beso tuyo. Vivía como si no hubiera un mañana, y te perdonaba como si no hubiera un pasado.

Al final, rompimos (rompiste) la relación. Tú fuiste por un lado y yo cogí otro camino. Intenté rehacer mi vida. Pasaron los meses y concluí que nosotros estábamos todavía inconclusos: nos restaba una última disputa, la discusión definitiva. Así que vengo a verte. Vengo dispuesto a arrancarme el corazón y arrojarlo a tus pies como quien desprecia una conquista. Pero cuando me abro el pecho descubro que no hay nada. Está todo sin hacer. Mi interior es como una cama deshecha y abatida con la clásica almohada que se deshace en lágrimas. Dentro de mí, la piel se hace sombra cada vez que me iluminas. La base de todas mis certezas: no tengo ninguna duda de que no sé qué hacer con mi vida. 

En el Amor, las personas empezamos a pensar en comprar una casa más grande cuando ninguno de los dos cabemos en el cuerpo del otro. Pero yo me empeño en llamar hogar a la sonrisa de tu boca. Y no hablo de cualquier sonrisa: me refiero a aquélla que pones cuando sabes que nadie te está mirando.

¡Yo que venía a exigirte que no respetaras mi lado de la cama!

Era necesario que nos viéramos esta última vez. Era necesario sentirme capaz de enfrentarme a ti y aceptar que, juntos, ya no hacemos nada.

"Gracias por existir", me soltaste con la boca bien abierta, mientras hacías añicos los despojos de nuestra relación. No, querida. Gracias a ti, por desistir.

Hazte "así" en el pelo, que aún te queda un poco de nosotros.




Comentarios

  1. Acostumbrada a leerte en verso, me dejas impactada con esta prosa sangrante de poesía. Un duro pero necesario adiós. Abrirse en canal no es más gore que amar perdidamente a una persona (si es que existe otra forma de hacerlo)
    Un gustazo leerte y releerte.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

¿Por qué besamos tanto los obsesivos compulsivos?

¿Un libro basta para definirte?

La última vez que sentí algo por primera vez.