Gracias por su visita.

Entro fuerte en contacto con muchas vidas.
Se cruzan conmigo por puro azar.
Casi se rompe el destino
con cada nueva persona
que colisiona en mí.

Y siempre a través de las manos.
Las manos, las manos.
Sólo las manos. Las manos solas.
Todo ocurre como un deseo
irrefrenable e imparable
de contactar la brisa de sus pieles
con la textura de mi cuerpo.
La cuadratura de sus caricias
se enmarca en mi rostro
con un triste y árido sabor a acero.

El inicio y el desenlace entre ellas y yo
discurre como una ola de papel sin palabras.

Vienen, me destrozan el corazón,
se llevan lo mejor de mí por etapas,
me roban repetidamente
por hábito y sin condición,
y yo tengo que darles las gracias por su visita.

A mí me duele ser un servilletero.

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