El dueño de las palabras.


Hoy he estado pensando en hacer un caligrama, que hablara de mí, de cómo me siento, y de a dónde dirigjo algunas partes de mi interior. He querido ser, por esta vez, y sin que sirva de precedente, el manipulador gramatical, el torturador lingüístico, el que disfruta haciéndose ilusiones, y haciéndose daño, que al final siempre es lo mismo. Bueno, a lo que iba: los caligramas son divertidos, aunque si sólo haces uno con forma circular acabas perdiéndote a ti mismo. Quieres sentirte el dueño de las palabras, la voz de lo que dices, y acabas en un laberinto construido por tus propios pensamientos. Que sea lo que Machado, Góngora o Bécquer quieran.




Me he pasado toda la vida escribiendo con la esperanza de que mis escritos lleguen a alguna parte. Hoy por fin advierto una verdad indefectible: sólo cuando llegue al final de mi vida aprenderé con una claridad cristalina que el territorio donde mis escritos deberán acabar será en mí. 

Yo siempre he sido el principio y el final. 

Yo siempre seré mi protagonista.

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