La Vida es un trueque.

Una hoja y otra hoja son la apariencia del viento que las lleva.
Vivir es una tarea que estoy postergando
porque, Amor, tú no estás en ella.

No te he conocido todavía,
ni me he cruzado contigo por la calle,
ni has parpadeado lentamente en mí
como un semáforo lo hace con la noche,
como una noche lo hace en las farolas,
como lo hacen las intermitentes estrellas
que se planchan doradas y equidistantes
en la lánguida colcha del cielo.

El reloj marca un punto geográfico
donde recordarte y echarte de menos
coinciden con las agujas de tu ausencia.

La palabra deseo
se vuelca en mi cerebro
y un milagro llamado Amor
vestido con falda y tacón
me recorre la cintura.

Entonces tú y yo nos amamos,
nos amamos con el mismo amor
que una hoja le profesa a otra hoja
en la suave marca del Otoño.
El viento va y viene
y las hojas se conocen.

Entonces nos formamos
de las mismas cicatrices,
de las mismas hojas,
de las mismas lágrimas 
que palidecen secas
en un mismo cuerpo,
en una misma vida,
en un mismo árbol
cuya piel es perenne espejo
de un mismo Amor.

La Vida es un trueque
de hojas en movimiento
entre un árbol y el viento.

Y tú y yo somos la larga espera
y el dolorido precipicio
donde la ausencia entera
de ancho tacto y beneficio
fue lamento y desperdicio.

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