Agua y sed.



Qué voluble es el tiempo. Si pudiéramos encerrarlo dentro de una botella, y dejarlo flotar, quizás sabríamos entender algunos compases de la vida. Digo esto y no otra cosa, porque ayer tuve uno de esos momentos críticos, en los que sabes que se puede tirar por la borda todo lo que llevabas tanto tiempo construyendo.
Acabé roto. Descompuesto. Me sentí destruido. Sentí que no valía la pena esforzarse más. Ya era tarde: para ella y para mí también.

Se despertó en mí un estado de ansiedad difícil de digerir, y el problema no radicaba en todas aquellas palabras que escuchaba, si no en todo aquéllo que no me decían. Es verdad eso de que "duele más cuando callas que cuando no dices nada". 

Pero, inexplicablemente, y cuando el día tocaba a su fin, estaba yo en la cama, y me llegaron sus palabras con una fuerza inusitada. Corrieron por mis manos como una centella, y le dieron un vuelco a la cama. ¿Era posible leer lo que estaba leyendo? ¿Era real? El único modo de creerlo cierto y no solo de sentirlo vivo lo encontré cerrando los ojos y soñando con que, a la mañana siguiente y en el momento en el que despertara, mirara el móvil y todavía siguiera ahí ese mensaje de texto cargado de vida.

Qué voluble es el tiempo. Y éste se diluye como un chupito envenenado. Por eso sé que he perdido muchas noches entre tiempos de 40º y botellas a medio gas. ¿Cuál es mi truco? Meter el tapón en la botella. Así dejaré flotar el peso de mi conciencia.

Si anoche veía la botella medio vacía, hoy está medio llena.

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